Incluso después de décadas, la adolescencia continua siendo la etapa de vida más interesante y llena de tabúes. Esto porque el niño está en pleno cambio de su cuerpo, de percepción y de pensamientos acerca de la vida.
La Psicóloga Deborah Cristina de Macedo Jorge explica que esta transformación también es complicada para el propio niño. «Es por eso que es la etapa de descubrimiento, justamente por los cambios que existen, por ejemplo, en el cuerpo. Debido a eso, vienen las curiosidades, y por sí mismo el niño ya se ve como una persona diferente.»
Pero, ¿cómo lidiar con el niño en plena transformación? ¿Y cómo actuar con los adolescentes y sus descubrimientos? «Al principio, los padres tienen que respetar la madurez del niño. No deben incitar a nada ni responder más allá de lo que se pide, porque cada uno tiene su propia madurez.»
Y para esto es necesario que ellos observen a sus hijos, para entender qué etapa están viviendo. «Los padres percibirán por las actitudes, por las conversaciones, por la forma de vestir, por las cosas que están interesados en ver. Estando atentos al comportamiento del hijo, sabrán el nivel de madurez, aún sin presentar curiosidades o no», dice la psicóloga.
Además de esto, ella enfatiza que la verdad debe ser una prioridad en la relación entre padre e hijo, así como el cuidado al llamarle la atención. «Para hacer frente a la adolescencia es importante decir siempre la verdad.
No sirve de nada enmascararla, porque el tiene a los amigos de la escuela y los medios de comunicación, que ponen en tela de juicio lo que usted dice. Otra cosa es saber que debe llamar la atención de forma amigable, para no reprimir al adolescente y no generar problemas en el futuro.»
Esta verdad también debe provenir de las enseñanzas bíblicas, que dan la base para la educación de los niños. «Esta es la forma en que enseñamos los valores, pues hoy en día las personas los han perdido. Y esto debe ocurrir antes que cualquier cosa, para implantar en la vida de los hijos de los verdaderos valores de familia, de amor propio y para con los demás. Esto no es más que los Diez Mandamientos», dice Débora.