Ella incluso era buena, pero cuando la envidia entraba en el campo, la amistad y admiración salían de la jugada. Así era una de mis compañeras en mi pre-adolescencia. Nos caía bien, pero por ser muy insegura consigo misma, ella quería (tal vez sin intención) hacernos sentir como ella.
Es aquella famosa historia: “¡Nadie quiere quedarse solo en el agujero!”. Ella se sentía fea, demasiado flaca, muy alta, con la boca así, con el pelo asá, y así va… con todo ella reaccionaba de una forma diferente.
Era siempre así… estaba todo muy bien, pero cuando alguien me elogiaba a mí o a otra amiguita, ella rápidamente tiraba un venenito para hacernos sentir fea o bajonearnos, como ella se sentía. Por ejemplo:
Recuerdo una vez que teníamos una fiesta de cumpleaños, y por eso quise ponerme una ropa linda y arreglarme el pelo. Aquel día me sentía feliz con mi “nuevo look”, hasta que algunas personas comenzaron a elogiarme: “Caramba, que falda bonita”… “que linda blusa”… “me encantó tu cabello”… de repente… oigo una voz desde el fondo:
– “¡Pero las uñas continúan feas!”, comentó ella, porque sabía que yo no le daba importancia a hacer mis uñas.
Moraleja de la historia:
Cuando leemos historias como esta podemos llegar a crucificar a la persona que es envidiosa, pero podemos sacar una lección. Nosotras, mujeres, muchas veces somos inseguras sobre algo, pero tenemos que tener mucho cuidado para no dejar que la envidia entre en nuestro corazón, y así, comencemos a desearle el mal a los otros. Si percibes que alguien está bonita o conquistó algo que aún no tienes, haz un análisis de ti misma. ¿En aquel momento te pusiste feliz o sentiste envidia de ella?
Ah… sólo un detalle: reconocer que has sido envidiosa y luchar contra esto es solo para las fuertes. Las débiles prefieren juzgar a las otras y hacer la vista gorda con sus errores.
Fuente: nandabezerra.com
