El marido
El gobernante de la familia, era responsable por su bienestar, y no solamente una figura autoritaria (por lo menos en la teoría), aunque debería ser respetado por esposas e hijos. También era el líder espiritual de su casa, como un sacerdote doméstico, responsable de orientar sobre los preceptos de Dios. Él y la esposa enseñaban a la descendencia “el camino en el que debe andar”, (Proverbios 22:6).
Un hombre que no pudiera sustentar debidamente a los suyos era visto como autor de una ofensa grave, socialmente hablando. La misma ofensa era vista si fallaba como líder espiritual. Él era también el representante legal de la esposa y su prole, respondiendo ante los jueces por ellos cuando era necesario. Viudas y huérfanos, como no tenían quién los defendiera, eran dejados al margen. Si una mujer se casaba nuevamente después de enviudar, tenía en su segundo marido un nuevo representante para ella y los suyos.
Al padre también le era dado el deber de enseñar un oficio al hijo, asegurándose de que tuviera una profesión. José enseñó a Jesús a ser carpintero, cómo él (ver la ilustración al lado).
Era común que el padre hebreo fuera cariñoso con sus hijos, respetándolos como personas completas, pero también que los reprendiera, si era necesario, sin excesos ni abuso de poder. “Y vosotros, padres, no provoquéis la ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.”, (Efesios 6:4). Se buscaba un equilibrio, de esta forma, entre el respeto y el amor.
La esposa
Una auxiliadora del marido. Sumisa a él, era responsable por los quehaceres de la casa y por el cuidado de los hijos. También podía participar en las actividades profesionales del cónyuge, si eso fuera necesario para el bienestar familiar, como es mostrado en Proverbios (31:16-25), cuando se habla sobre la famosa figura de la mujer virtuosa.
Los hijos se quedaban con ella casi todo el tiempo. Los niños comenzaban a acompañar al padre fuera de casa, inclusive en el trabajo, apenas tuvieran la edad suficiente. Las niñas permanecían con la madre, aprendiendo sobre los quehaceres domésticos y a ser futuras esposas y madres dedicadas.
Un hombre, para merecer cierta posición social, estaba obligado a estar bien casado. La buena o mala conducta de una mujer definía la historia de los suyos. “La mujer virtuosa es corona de su marido; mas la mala, como carcoma en sus huesos.”, (Proverbios 12:4).
El hijo
El varón tenía un papel destacado. Un primogénito era el sucesor natural y, en caso de la muerte del padre, era el líder incluso de los hermanos más jóvenes. A medida que crecía, recibía más derechos y deberes delante del núcleo familiar- Era quien sustentaba a los padres cuando envejecían, un deber al que no podía renunciar. El padre y la madre debían recibir el mismo grado de respeto. Hasta el propio Jesús, incluso en la condición de hijo de Dios entre los hombres, demostró respeto por María y José, humildemente, como sucedió cuando los dos lo perdieron en un viaje en Jerusalén, para encontrarlo 3 días después conversando con los doctores del templo (ilustración de arriba): “Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos.”, (Lucas 2:51). Cuando fue adulto, Jesús era responsable por María. Incluso cuando estaba a punto de morir en medio del intenso sufrimiento, clavado en la cruz, pensó en su deber de hijo: le pidió a Juan que cuidara de ella de ahí en adelante, y el discípulo la llevó a su casa (Juan 19:26, 27).
La hija
En aquella época, los hijos eran vistos como bendiciones, pero las hijas, aunque pudieran ser amadas, también eran vistas como fardos, hasta que alguien se casara con ellas y pasara a sustentarlas. Aún así, los hebreos las cuidaban con amor. Aunque los varones tuvieran primacía, las hijas mayores tenían una posición importante en el seno familiar. Eran las primeras ofrecidas o pedidas en matrimonio, generalmente (no obligatoriamente, pues dependía de cada familia). Si no había varones, la hija mayor podía heredar las posesiones del padre, pero sólo permanecería con ellas si se casaba luego (y con alguien de su misma tribu, en el Antiguo Testamento). “Y cualquiera hija que tenga heredad en las tribus de los hijos de Israel, con alguno de la familia de la tribu de su padre se casará, para que los hijos de Israel posean cada uno la heredad de sus padres,”, (Números 36:8).
El padre era el responsable legal por la hija, y podía determinar con quién debería casarse. Aún así, era común que le preguntara a la hija si ella aprobaba el casamiento, para que sólo después se hicieran los votos obligatorios, oficialmente. Le era permitido casarse a partir de los 12 años. Cuando se casaba, formaba parte de la familia del marido oficialmente. La suegra seguía, entonces, la educación que su madre le daba en su antiguo hogar. En el libro de Rut, esa relación queda bien clara, la de la suegra Noemí como segunda madre de la protagonista, amada como tal, y en reciprocidad (ilustración de al lado). El mismo libro muestra que si el marido moría y no había cuñados con los que la viuda pudiera casarse (costumbre común en la época), le era permitido volver a la antigua familia.
Sumisión a Dios
La Biblia muestra familias que alcanzaron la prosperidad y la armonía por haber seguido los preceptos de Dios, en un ambiente de afecto y respeto. Pero también muestra otras que se perdieron por no ser sumisas a Él. Si muchas costumbres de los grupos familiares con el paso del tiempo, el hecho de que un hogar temeroso al Padre, al hijo y al Espíritu Santo de buenos frutos, permanece.
Fuente: arcauniversal.com.ar