Barbas en remojo 3

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Estas historias me recuerdan bien a la de una persona que conozco.

Esa persona, a los 12 años, conoció la IURD por medio de su madre. Pero, en aquella época, estaba muy involucrada con el mundo y sus “ofertas”. Como había sido criada por los abuelos, debido a la separación de sus padres, creció sin que muchos se preocuparan ni le dieran importancia a su pésimo carácter.

A los 17 años, ‘resolvió’ frecuentar más la iglesia para ganar cierta libertad de su madre. Pero la cosa se puso interesante, pues aquel pastor apuesto, que la coqueteaba, siempre venía con la misma conversación: “Mira, eres joven, bonita, no le entregues tu vida a cualquiera. ¡Deberías ser obrera!”

“Bueno, ¿y cómo hacer para ser eso?”

“Evangelizar, ser del Grupo Joven, etc. y tal.”

Bueno, eso hizo la muchacha. Y lo consiguió. En seguida ya era obrera, pero aquel ‘pastor’ ya tenía dos noviecitas dentro de la iglesia, y ella no quería ser una más: fue a buscar a alguien allá afuera.

En seguida se encontró con un mundo de “oportunidades” y conoció hombres. Robó, mintió e hizo todo tipo de cosas inadecuadas, aún estando como obrera. Hasta que un día la descubrieron, y entonces no necesitó fingir más y se apartó de una vez de la iglesia.

Años después, esa joven, que ya era una mujer, se vio casada con un hombre que la humillaba y la traicionaba. Desalentada de la vida, sin fe en Dios, sin empleo, fue expulsada de la casa para darle lugar a esa otra persona que ahora sería la dueña de su casa, de su marido y de sus cosas.

Bueno, resumiendo, resolvió volver a aquella fe que su madre intentó enseñarle. Pero, esta vez, sería en serio, sin mirar a las equivocaciones de los otros o creer que solo existen santos. Logró encontrarse con ese Dios que tanto despreció. Él le dio una nueva chance.

Esa persona soy yo, y hoy soy una nueva criatura, mejor dicho, hija de Dios y llena del Espíritu Santo, y no de una emoción. Y Jesús, mi Dios, reconstruyó los pedazos de aquello que antes llamaba vida, y hoy puedo darle gracias a mi Rey.

Ada

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Me gustaría mucho compartir mi testimonio, pues creo que podrá, en el Nombre de Jesús, ayudar a otras personas.

Nací en una familia sin estructura.

Mi madre quedó embarazada y fue madre soltera desde siempre. Pues, cuando estaba con mi padre, una mujer, interesada en él, hizo un trabajo con los espíritus malignos para separarlos. Y así sucedió.

Mi madre se separó de él y comenzó a tener los más diversos tipos de problemas de salud, al punto de casi vegetar. Estaba “piel y huesos”. Éramos nosotras dos solas, y yo presenciaba todo aquel sufrimiento.

Mi tía, que en ese momento era obrera de la IURD, invitó a mi madre a participar de las reuniones. Ella se liberó de aquella maldición y fue curada.

Crecí en la IURD.

Fui una niña de la EBI y hasta llegué a ser hasta tía de los niños también. Ayudaba en la evangelización, en la limpieza de la iglesia y en todo lo que hubiera necesidad – incluso siendo muy joven.

Aparentemente, tenía un futuro bendecido por delante.

PERO NO FUE EXACTAMENTE ASÍ.

Mi madre y yo nos mudamos a otra provincia. Dejamos a toda la familia atrás y vinimos con la intención de mejorar.

Yo, con 13 años, pensé que sería mejor ‘aprovechar mi vida’ un poco, pues había crecido en la iglesia.

Al principio, todo me llenaba los ojos. Todo era nuevo.

Comencé a involucrarme con amistades equivocadas, empecé a mentir mucho, bebí, fumé, me involucré con algunos tipos de drogas, alteré mi cuerpo poniéndome piercing y alargador y me teñí el pelo de color rosa (todo para llamar la atención).

Iba siempre a fiestas nocturnas, pues era eso lo que, aparentemente, llenaba mi vacío temporalmente. Me involucré en noviazgos equivocados, le robaba dinero a mi madre y hasta llegué a besar a una mujer.

Tuve innumerables decepciones amorosas.

Comencé a entrar en depresión, al punto de llorar el día entero y tener que tomar calmantes para dormir. Viví un verdadero infierno. Adelgacé muchos kilos a causa de los problemas espirituales. Quedé realmente acabada.

Fue en este estado que volví a la iglesia: destruida.

Viví casi 4 años lejos de la presencia de Dios, y esos años parecieron una eternidad. Volví a la iglesia con casi 17 años.
Volví por el dolor realmente, y no por la invitación de alguien. Volví solo por la mano de Dios.
Me lancé como nunca en Sus manos, de hecho y de verdad.
Me bauticé en las aguas, comencé a dedicarme exclusivamente a Dios en la Fuerza Joven, fui bautizada en el Espíritu Santo y levantada a obrera.

Hubo una transformación tan grande en mi vida, que ya hubo casos de personas a las que les resultó muy difícil reconocerme, por ser tan grande la diferencia.

Soy feliz de verdad.

No necesito de ningún vicio para llenarme. Jesús me salvó.

Este mes hace 3 años que soy obrera. Tengo el deseo de renunciar a todo para servir a Dios en el Altar (algunos allá afuera critican mucho mi elección, inclusive en mi trabajo, pues ellos no logran entender por qué alguien haría eso, pero estoy en la fe con un hombre de Dios que ya sirve en el Altar). En nombre de Jesús, gastaré el resto de mis días sirviendo a mi Dios.

Agradezco completamente a Dios; a usted, obispo; y a cada hombre y mujer de Dios que me ayudó hasta ahora en esta caminata.

En la fe, sin desanimar,

Lyvia.

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Tengo la cabeza como un torbellino de pensamientos, que no sé todavía por dónde empezar a organizar. Todo se debe a que comencé a leer su libro “Nada que Perder”.

Empecé a leerlo hace solo 2 días y casi lo estoy terminando. Me sorprende la fuerza espiritual de este libro en el que, al mismo tiempo que aprendo sus historias y convicciones, también reflexiono sobre lo que fui y lo que he sido con Dios. O sea, hoy me di cuenta de que estaba convenciéndome de poseer algo que, en verdad, nunca tuve, que es el Espíritu Santo.

Tuve y he tenido varios encuentros con Dios, así como sucedió con usted, como cuenta en el libro. Pero, el verdadero bautismo de fuego todavía no se cumplió en mi vida, pues sé, y gracias a usted, que cuando alguien es bautizado en el Espíritu Santo no tiene dudas de nada que venga de Dios. Tampoco miente, no roba, no le tiene miedo a la muerte, ni vive constantemente pensando en la muerte de un familiar y, principalmente, el bautizado en el Espíritu Santo vive por la fe y de usar esta misma fe en el único Dios Vivo y Poderoso.

Pero, lamentablemente, no es lo que ha sucedido conmigo.

Por lo tanto, en este Ayuno de Daniel, mi propósito es recibir este Espíritu maravilloso del que oigo hablar, y agradecerle por haber sido sensible a la voz de Dios para llevar el Evangelio a toda criatura.

Sé que si yo me esfuerzo bastante y soy violenta contra todas mis voluntades, formaré parte de la Nación Elegida por Él.

¡Muchas gracias, obispo!

Que Dios lo bendiga a usted y a toda su familia.
En la fe.

Edna.

 

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