Obispo, eso es realmente verdad, ¡pues fue exactamente así que sucedió conmigo!
Entregué todo lo que tenía a cambio del Espíritu Santo: El uniforme de obrera, el trabajo, la casa, el salario, el reconocimiento de las personas, ¡TODO! Fue como en aquella parábola que dice que un hombre encuentra una perla tan preciosa, pero tan preciosa, que va y vende TODO LO QUE TIENE para poder adquirirla.
Así hice yo.
Dejé todo y me arrojé a los pies de Jesús, sedienta de Su presencia. ¡Nada tenía sentido sin eso, absolutamente nada! La vida no tenía sentido, todo a mi alrededor carecía de brillo.
Después de esa entrega, conversaba con Dios como nunca, de día y de noche. Doce días después, tuve ese encuentro con Dios del que usted tanto habla e insiste en que las personas necesitan tener.
En ese momento, entendí el sacrificio de Jesús en la cruz en favor del rescate de mi alma. Nunca antes había entendido la esencia de esa entrega de Dios en mi favor. Incluso siendo obrera, incluso yendo a la iglesia casi todos los días, incluso andando en el pecado, nunca había entendido Su sacrificio por mí.
Hasta había escuchado hablar muchas veces acerca de eso, ya lo había leído en la Biblia, pero nunca me había sido revelado personalmente como aquel día. Me vi como la criatura más pecadora en la faz de la Tierra: Me sentí tan pequeñita e insignificante y, al mismo tiempo, ¡tan preciosa para Él! Solo lograba llorar de arrepentimiento por todas las veces que hice cosas que Lo entristecieron y fueron en contra de Su voluntad.
En aquel momento, me sentí amada como nunca antes. Ni mis padres, que siempre me amaron incondicionalmente y demostraron eso toda la vida, lograron hacerme sentir amada como el Espíritu Santo me hizo sentir en ese instante.
Me sentí perdonada. Me sentí aceptada. Me sentí segura, porque había sido aceptada por Dios. Y ESO ERA TODO LO QUE YO QUERÍA.
A partir de ese día todo cambió gradualmente. De adentro hacia afuera. Naturalmente.
Recibí una fuerza inagotable para vencer todo lo que vino como consecuencia de mi actitud de entregar todo. Sí, porque tuve que cosechar las consecuencias de mis actos. Pero, ¿sabe una cosa? ¡TODO VALIÓ LA PENA! Cada paso fue una oportunidad de probarle más a Dios cuánto Lo quería y amaba de verdad; y cómo nada era más importante que Él.
Poco a poco, entró en mí una alegría profunda, que brotaba día a día, una paz inexplicable por tener la certeza de que Dios, ahora, cuidaba de mí más que nunca y me sustentaba, porque se había alegrado por mí.
Comencé a valorar la naturaleza.
Comencé a amar la vida.
Comencé a amarme.
Entró en mí una gratitud tan inmensa y profunda que es imposible describir en palabras. ¡Toda mi vida se convirtió en poco para darle, comparado con lo que él me había dado!
El domingo pasado, día 31, en la reunión de las 9.30hs., hablé en la lengua de los ángeles. Recibí revestimiento de poder desde lo Alto, que vino a confirmar mi encuentro con Dios.
¿Y sabe qué es lo más increíble? En seis meses (contando desde la fecha en que me entregué totalmente y sin reservas a Dios), ya obtuve más resultados de mi fe que en los 4 años y medio anteriores en los que frecuentaba la iglesia y, supuestamente, servía a Dios. ¿Y sabe por qué? Porque antes yo quería escoger cómo servir a Dios.
¡Hoy quiero servirlo como Él quiere que Lo sirva!
¡Muchas gracias por quién usted es!
¡Muchas gracias por su ejemplo de fe!
¡Muchas gracias por ser incansable!
Muchas gracias por las experiencias profundas compartidas en su libro, que me enseñaron más sobre la intimidad con Dios y sobre la esencia de un verdadero cristiano.
¡Lo amo mucho a usted y a toda su familia!
Ana Côrte – Lisboa – Portugal