Hoy en día una de las frases más comunes de oír es “¡Estoy muy estresada!”
Hombres, mujeres, niños y hasta las mascotas andan probando de ese mal del siglo.
A causa de eso usted maltrata a las personas que tanto ama, pelea con el marido, maneja su carro con la mano en la bocina, reclama a todos y comete una grosería atrás otra.
El martirio empieza después de levantarse por la mañana cuando usted se acuerda que hay una infinidad de cosas que tendrá para hacer. Si durmió mal, el cuerpo, la memoria y el humor no van a contribuir. Y entonces usted se arrastra durante todo el día para atender todo y a todos, pero a un costo muy alto: su alegría de vivir.
¿El mundo cambió y el tiempo disminuyó para todos, o las actividades de todos aumentaron demasiado? Aun no lo sé. Siempre estoy buscando a los ladrones del tiempo. Tengo algunos nombres, y usted debe tener los suyos también, ¿verdad?
Pero, hay algo curioso y hasta contradictorio: hoy tenemos muchas facilidades que nuestras abuelas y madres no tuvieron, y no logramos más contar historias a nuestros niños, sentarse juntos en casa y dar carcajadas, ayudar al vecino enfermo, escuchar a los pájaros, etc.
¿Usted se acuerda de la última vez que paró para admirar la puesta del sol, con colores y formas exclusivas, pintado diariamente para usted? En su camino, rumbo al trabajo, de repente hay árboles que están allí para mostrarle lo cuanto Dios es perfecto y bueno, y usted no tiene tiempo de ver sus hermosas flores y hojas…
Quizá usted piense que todo eso es muy aburrido y diga: “¡Yo no tengo tiempo para eso!”
Todos desarrollamos un vicio nuevo, llamado prisa. A veces ni sabemos el porque, pero estamos con prisa, je je.
Pero, creo que es esa la causa de tantas tristezas en el alma. Nadie tiene dificultades en saber lo que acontece del otro lado del mundo, en un determinado país, en la vida de su artista preferida, del amigo virtual… Pero, no sabe lo que acontece dentro de sí, y más bien, dentro de su casa, en el cuarto al lado puede tener a alguien que esté deprimido, la amiga que está casi desistiendo de todo, el hermano que piensa en quitarse la vida. Y para los que son tan prójimos sobra lo peor de usted: el silencio, respuestas duras, las explosiones de rabia y tantas otras cosas que hieren mucho.
Hasta el cuerpo sufre, quien sabe él ya trae marcas de ese vicio: dolores de cabeza, de columna, de estómago, boca seca, sudor excesivo, depresión, perdida del sueño, caída del cabello, cambios en el apetito… Hasta la presión arterial sube, y ahí viene aquella frase: “¡Me estoy muriendo de rabia!” Es verdad. De aquí a poquito se muere mismo, ¡cuidado!
Máscaras de belleza, maquillajes de ultima generación, técnicas de comportamiento refinado, nunca van a tapar lo feo del interior.
Puede hasta disfrazar un poco, pero en una hora u otra aparece con toda la fuerza.
Si usted está viviendo así, haga una elección diaria de compartir con el Señor Jesús su fardo. Todos tenemos demasiadas luchas; solos jamás conseguiremos vencerlas.
Cuando estamos cargando algún peso, todo nuestro cuerpo sufre, y cuando aparece alguien para ayudarnos, respiramos aliviados. Es eso que el Señor Jesús ofrece: alivio y descanso para el alma.
Veo a tanta gente estresada, incluso en vacaciones, ¿sabe por qué? No sirve de nada que solo el cuerpo descanse, necesita de un lote completo.
Existe algo más relajante y agradable que un SPA cinco estrellas, ¿sabia? Experimente quedarse algunos minutos de su día a solas con el Señor Jesús. Hable todo con Él. Orar siempre funciona, y en lugar de murmurar, tenga actitudes de fe, que cambian cualquier situación que le hace sufrir.
Vamos a ser sinceras aquí y ahora – pues, ¿qué es lo que le deja más estresada?
¿Es fácil convivir con personas así?
El mundo no cambiará, nuestros quehaceres probablemente no van a disminuir, las personas seguirán siendo las mismas, el tráfico cada vez más lleno… ¿y usted? De un basta hoy, y comparta con nosotros su decisión para vencer eso.
Cristiane Cardoso.