Muchas veces es difícil cambiar porque nos acostumbramos a las personas, a las cosas que tenemos y a las situaciones del día a día.
Entonces, cuando llega la hora del cambio, sentimos que no estamos preparados para recibir lo nuevo.
Es en ese momento que debemos intentar desapegarnos.
No es en el sentido de perder el interés o la afección por algo, sino en el sentido de lograr terminar una cosa para comenzar otra nueva.
Lidiar con el desapego es saber que algo no nos pertenece más y entender que la vida es un intercambio de experiencias, una renovación cada vez que pensamos que es necesario.
¿Cuántas veces ordenó su armario, pero siguió con la misma ropa y accesorios dispuestos en diferentes lugares? ¿Cuántas veces, ya limpió el estante de libros y pensó en compartirlo, que un día le hizo compañía y le trajo un mundo lleno de felicidad, pero no lo hizo? Lo antiguo puede atarnos al pasado. Y, juntar cosas que nunca nos serán de utilidad.
Recordar sí, los buenos recuerdos hacen bien, sin embargo, la memoria se encarga de eso, no necesitamos algo material para remitirnos a lo que pasó y fue bueno.
Situaciones muy simples pueden favorecer el desapego.
¿Qué? ¿necesita un cambio en su vida? Metafóricamente, piense en eso como si fuera un armario.
¿Qué fue parte de su vida y ahora puede compartir con alguien? regale lo que no usa más, lleve cosas nuevas a su vida y recibirá lo nuevo como recompensa. El Sr. Jesús sabiendo de esto nos dejo escrito lo siguiente:
“No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas.
He aquí que yo hago cosa nueva…”
(Isaías 43:18)