Aún no se sabe con certeza si se ha producido en Siria un ataque con armas químicas con más de 1.000 muertos; no sabemos quién es el responsable (el gobierno o los rebeldes) y no está confirmado el agente tóxico utilizado.
Pero con el retorno a las páginas de actualidad del infame gas nervioso Sarín quizá convenga retroceder al pasado y contar la historia de este terrible armamento y de su, en principio, inofensivo origen, escribe en su excelente nota el periodista Pepe Cervera en su blog Retiario.
Porque el Sarín fue el segundo de los llamados «gases nerviosos» que se descubrió, dando así origen a una nueva rama del árbol de la atrocidad humana. Porque la investigación que lo descubrió tenía la mejor de las intenciones. Y porque el descubrimiento de esta familia letal, como muchos otros en ciencia, fue en parte fortuito, tuvo mucho de casualidad y de accidente, y cambió la historia.
En diciembre de 1936 el doctor en química Gerhard Schrader trabajaba en un laboratorio de lo que entonces era la división Bayer del gran conglomerado industrial alemán IG Farben. Exploraba una familia de compuestos con un propósito particular: los organofosforados, que desde principios de siglo se usaban como insecticidas.
La intención de Schrader era desarrollar mejores y más eficaces pesticidas para mejorar el rendimiento agrícola y luchar así contra el hambre en el mundo.
Lo que descubrió acabaría llamándose Tabún, y era en efecto un excelente insecticida de gran potencia. Lo malo es que también mataba gente, como descubrieron al derramar por accidente una gota sobre una mesa de laboratorio: Schrader y su asistente experimentaron de inmediato los terribles síntomas de los gases nerviosos (sudoración, lagrimeo, moqueo, extrema contracción de la pupila, dificultades respiratorias) incluso a tan diminuta dosis y tardaron casi un mes en recuperarse.
Como consecuencia comunicaron su descubrimiento al Ministerio de la Guerra, como indicaba la ley; el departamento de guerra química se hizo entonces cargo del proyecto y edificó un nuevo laboratorio. En el nuevo entorno Schrader descubrió en 1938 el Sarín, bautizado con su nombre y el de sus colaboradores de entonces: el coronel Ernst Rüdiger, jefe del departamento de guerra química, y los químicos nazis Otto Ambros y Hermann Van der Linde.
Más tarde descubrieron el Soman y el Ciclosarín, y durante la Segunda Guerra Mundial la Alemania nazi montó una factoría para fabricar miles de toneladas de Tabún que afortunadamente nunca llegaron a ser utilizadas.
Erróneamente Hitler creía que los Aliados conocían estas sustancias y disponían de una mayor capacidad de fabricarlas, por lo que decidió no iniciar el intercambio. El mundo se libró entonces del uso de venenos tan sofisticados en la guerra.
En los años 50 tanto la Unión Soviética como Estados Unidos optaron por fabricar Sarín, más estable y efectivo que el Tabún. Hubo accidentes, y para evitarlos se desarrollaron las armas químicas binarias, en las que no se almacena la sustancia letal, sino dos precursores separados que sólo se mezclan (creando el compuesto mortífero) encima del blanco.
Los ingleses desarrollaron el VX, una sustancia mucho más tóxica aún que el Sarín y mucho más persistente; los soviéticos crearon toda una familia de armas químicas diseñadas para no ser detectadas con el equipo occidental y atacar incluso a los soldados protegidos.
Irak usó este tipo de armamento contra su enemigo, Irán (que contestó) y contra su propia población civil en el Kurdistán; hubo rumores de otros usos.
El riesgo de accidentes y de usos terroristas de estas sustancias llevó a la mayoría de los países del mundo a negociar y firmar en 1993 la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, Producción, Almacenaje y Uso de Armas Químicas y sobre su destrucción, que entró en vigor en 1997. Siria, por cierto, es de los pocos países no firmantes.
De todas formas era tarde: ya en 1994 y 1995 un actor no nacional (la secta japonesa Verdad Suprema) utilizó Sarín en ataques terroristas. Y ahora se piensa que estas armas están siendo empleadas en una guerra civil, tal vez por ambos bandos.
El doctor Gerhard Schrader vivió hasta 1990; a lo largo de los años recibió tres doctorados de honor por su trabajo en el desarrollo de pesticidas. A pesar de lo cual en lugar de pasar a la historia como el descubridor de un nuevo insecticida, lo ha hecho como la ‘S’ de Sarín. Porque el camino del infierno está empedrado con las mejores intenciones.
Fuente: mdzol.com