El matrimonio del hombre de Dios

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“El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia del Señor”(Proverbios 18:22).

La cosa más importante después de la conversión sellada con el Espíritu Santo es la constitución de la familia. Así como la familia del hombre de Dios es la base de la obra de Dios, su matrimonio también es la base de su familia.

Nada puede ser más importante para el hombre de Dios, que la elección de su futura esposa y madre de sus hijos: ella tiene que ser tan de Dios como él. Por tanto, en primer lugar, el hombre de Dios debe procurar encontrar una chica cuya belleza esté primero en su corazón. Como él es un hombre de Dios, tiene que pensar y actuar de acuerdo con Dios; porque de la misma forma como Él dirigió a Samuel en la elección de David como rey, desea también que nosotros lo hagamos en nuestras elecciones, esto es, que tengamos el mismo criterio.

“Y el Señor respondió a Samuel: No mires a su aspecto, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón.” (1 Samuel 16:7)

El hombre de Dios no piensa jamás que su esposa es un mero objeto de su placer, cocinera, lavadora, planchadora, madre de sus hijos o una compañía.

La futura esposa no tiene que ser solamente bautizada con el Espíritu Santo. Aunque eso sea lo más importante, aún así, no puede ser considerado como suficiente para el matrimonio, pues muchas parejas han cumplido esa condición y sin embargo, han fracasado porque piensan que por el hecho de que ambos estén bautizados con el Espíritu Santo su matrimonio está garantizado. Teóricamente, sí: pero en la práctica, no. La gran realidad es que el hombre de Dios tiene que procurar una mujer que no solamente sea llena del Espíritu de Dios, sino que también tenga realmente los mismos objetivos, que esté dispuesta a pagar cualquier precio para sumarse a él en la realización de la obra de Dios y de Su voluntad. Ella precisa estar consciente de que: “…tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Génesis 3:16).

Esto no significa que ella será su sierva, sino que él es la cabeza o que a él cabe la última palabra, ¡además de tener que estar preparada para asumir esa sumisión a partir del corazón y nunca por obligación o porque está escrito! Si el hombre de Dios, por casualidad, observa cualquier indicio contrario a este respecto antes del matrimonio, es mejor deshacer el noviazgo y procurar otra persona que satisfaga plenamente esa condición. Nunca jamás se debe dar continuidad al noviazgo solamente para satisfacer los compromisos asumidos delante de la sociedad. Hay que ser hombre y macho para saber decir no cuando haya cualquier duda en cuanto a su enlace matrimonial, pues es preferible ruborizarse por algunas horas que decepcionarse por el resto de la vida, pues, a fin de cuentas es su futuro el que está en juego. Lo mismo se aplica en relación a ella.

¡El hombre de Dios para hacer la obra de Dios, debe tener una mujer de Dios a su lado! ¡Se debe casar con una mujer que quiera lo mismo que él!

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