La elección es mía, tuya y de cada ser humano que opta, más de lo que es por aquello que quiere ser, por la vida que quiere vivir en este mundo…
“Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre. Pero el hijo de la sierva nació según la carne, y el hijo de la libre por medio de la promesa. (…) Y vosotros, hermanos, como Isaac, sois hijos de la promesa.” (Gálatas 4.22-23; 28)
Abraham tuvo dos hijos, uno era el hijo de la esclava (circunstancia) y otro era hijo de la libre (promesa), aquel que nacería de la esclava ya nació como esclavo y, a causa de eso, no heredó los bienes del padre.
Luego, el que nació de la libre era hijo y no bastardo y, por eso, no sólo heredo los bienes, sino también la promesa de Dios. Isaac era el hijo de la Promesa y, siendo hijo de la Promesa, sembró, creyó y cosechó 100 veces más.
Aquel que entiende esta verdad pasa a tener intrepidez para sembrar sin mirar a las circunstancias, pues el libre siembra por la obediencia a la Palabra de Dios. Y es exactamente esto que Él requiere de cada uno, obediencia absoluta a Su Palabra. Dicho de paso, fue esta misma obediencia la que llevó a Isaac a permanecer en aquella tierra seca (Génesis 26), pues, siendo hijo de la Promesa, él creía en el cumplimiento de la misma.
Los carnales, a su vez, no creen, son hijos de la esclava, que nacieron esclavos y son esclavos de los problemas, traumas y complejos y, por no creer, acaban perdiendo los derechos de hijo y, consecuentemente, quedan excluidos de las bendiciones de Dios.
Reflexiona sobre las siguientes cuestiones:
– ¿Cómo has sembrado: siguiendo las circunstancias o por obediencia a la Palabra de Dios?
– ¿Quién deseas ser: hijo de la esclava o hijo de la Promesa?
O sea, ¡la elección es siempre tuya!
Fuente: juliofreitas.com