En una hacienda muy grande vivía un señor de edad ya avanzada con sus dos hijos. El criaba todo tipo de animales y en su hacienda había todo tipo de frutos pues él trabajaba desde muy pequeño.
El señor estaba un poco enfermo y, por estar en esta situación, llamó a sus hijos y les dijo que ya se acercaba la hora de que ellos supieran cómo administrar la hacienda.
Durante 5 meses el padre colocó a una persona que se encargaría de enseñarlos todo sobre los negocios para que, así, no fueran a hacer malas inversiones en el futuro.
Después de culminado el periodo establecido por el padre para que los muchachos aprendieran, él vio que ambos estaban muy entusiasmados en saber cuál de los dos sería el administrador de todos los bienes.
El señor, sin que los hijos supieran, los colocó a prueba para ver cuál sería la reacción de cada uno y que tan buen administrador serían.
Al primero, le dijo que fuera al viñedo y que se encargara de podar las plantas de uvas, la respuesta de este fue: “Sí padre, yo iré y haré todo lo que me pidas, puedes contar conmigo.” Pero, al salir de la habitación del padre, se fue con sus amigos, se emborrachó y se olvidó del pedido del padre.
Al segundo, el padre le pidió lo mismo, pero este enseguida respondió: “Pero si están los criados, ¿por qué tengo yo que ir y podar el viñedo?” Pero al salir de la presencia de su padre paro y pensó: “Si mi padre me pidió esto es porque él cree y confía en mí.”, entonces se dirigió al viñedo y al llegar allí, este ya estaba podado.
Al día siguiente el padre murió, el abogado de la familia llegó para leer el testamento. En el testamento el señor dejaba la herencia para que la administrara su hijo menor, y dejó por escrito las siguientes palabras:
“Cuando los envié al viñedo, lo hice para ver si mi herencia estaría segura en la mano de alguno de los dos, mi hijo mayor me alegró mucho cuando le pedí que fuera y en seguida me dijo que podía contar con él, pero me entristeció al no ir.
El menor endureció su corazón, se enfadó conmigo y me dijo que no iría, pero me alegró mucho, porque supo escuchar su conciencia y fue”.
Cuando a Dios hagas promesa, no tardes en cumplirlas, porque Él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es no prometer que prometer y no cumplir. (Eclesiastés 5:4-5)