Usted ya debe haber ido a un almuerzo, fiesta u otra ocasión social donde la comida y la bebida que le sirvieron eran fantásticamente deliciosas – y en cantidad abundante. Coma cuanto quiera. Probablemente, usted salió de allí con los pantalones un poco más apretados que cuando entró.
Ahora imagínese eso disponible para usted a la mañana, a la tarde y a la noche. Y no en un restaurante o en la casa de un amigo, sino en un palacio, donde usted vive y donde están los mejores chefs del país a su disposición para prepararle lo que quiera, usando los mejores ingredientes del mundo.
Esta era la situación de Daniel y sus tres amigos, relatada en el capítulo uno del libro bíblico del mismo nombre. El rey había colocado a disposición de ellos la misma comida y vino que él comía y bebía. Pero ellos decidieron comer solo legumbres y tomar agua. Por alguna razón, percibieron que toda esa comida regada de vino no les haría bien a la salud.
No, no estoy defendiendo aquí una dieta vegetariana. El foco aquí es el dominio propio mostrado por Daniel y sus amigos. Ellos estaban bajo órdenes reales y bajo la tentación de sus ojos, narices, bocas y estómagos. Aun así, se abstuvieron de lo que creían que les iba a hacer mal.
El dominio propio es una habilidad cada vez más necesaria hoy. Con la abundancia y la facilidad de todo lo que despierta nuestros apetitos, desde sexo hasta shopping, entretenimiento, fast foods, redes sociales, internet, música, TV, etc. – lo difícil es decir “no”. Es prácticamente irresistible.
Daniel y sus amigos fueron más fuertes y saludables que los que comían la comida del rey.
Su fuerza y salud hoy, en todos los sentidos, también dependen de su dominio propio. Y su falla en practicarlo puede resultar en daños muchos mayores que simplemente el pantalón más apretado en la cintura.
Domínese.