Una cierta historia de las Escrituras Sagradas describe los acontecimientos entre un profeta y su burro. El profeta iba con destino a otra ciudad montado en su burrito, y aun cierto tiempo el burro paró. El profeta no tenía idea que delante de el y de su animal había un ángel que le intentaba decir algo. Como solamente el burro conseguía ver el ángel, el profeta pensó que el animal no andaba debido a la testarudez, como es costumbre de esta raza de animales.
En la mente del profeta solo había una solución, pegarle al burro hasta que comience a andar. Cada vez el pegaba al burro con más fuerza, pensando que el dolor se volvería tan insoportable que el animal iría a andar.
Después de pegarle al animal durante un tiempo, el burro se dio vuelta hacia el profeta y le dijo: “¿Por qué me pegas, no te he servido fielmente todos estos años?” Fue en esta hora que el profeta vio al ángel delante suyo y también vio lo que Dios le intentaba decir.
A veces somos tan testarudos con nuestras actitudes, que no percibimos lo que Dios está intentado decirnos. Pensamos que la fuerza bruta nos abrirá las puertas, cuando en verdad la única cosa que tenemos que hacer es parar un poco y ver que El nos muestra el camino mejor.
Si el profeta se hubiese dado cuenta de las orejas enormes del burro, con certeza habría visto que hasta el animal oía a Dios mejor que el.
Fuente: familiaunida.es