Mintió porque amaba. Y por amor tuvo miedo a morir. De frente al gobernante enfurecido, el pobre extranjero temió que la sentencia sea la peor. Por miedo a caer en las manos de hombres cegados por la ira, Isaac esparció la falsa noticia capaz de llevar a los habitantes de aquella tierra al pecado irreversible.
Cuando Abraham llegó a Gerar, buscaba un lugar tranquilo donde pudiera plantar para comer y cuidar a su familia. Había estado en Neguev, Cades y Shur, pero fue allí que se estableció. Y fue allí que perdió.
Abimelec, el rey de Gerar, le grita y suplica a Isaac. No entiende su actitud y, tal vez, tampoco Isaac la entienda. “Es mi hermana“, dice él, aun no siendo verdad. De herencia recibió la mentira de su padre en la espalda y se aprovechó de ella para su propio beneficio.
Abraham le dijo al pueblo de Gerar “Ella es mi hermana“, pues Sara era muy bella y esos hombres desconocidos, hubieran podido, por amor y deseo, matar al profeta y abusar de la esposa. Él no esperaba que el hombre que se enamorase de Sara no fuera un campesino, sino el propio rey.
“Porque dije: quizá moriré por causa de ella”, se justificó Isaac, pero ninguna palabra es capaz de agradar al rey. Las herencias son bienes dejados de padre a hijo. Lo que Isaac heredó de su padre, además de tantas otras cosas, fue el temor por amor.
Tanto el Abimelec de los tiempos de Abraham como el de los tiempos de Isaac creyeron en el parentesco entre el extranjero y su acompañante. “¿No me dijo él: Mi hermana es; y ella también dijo: Es mi hermano?” Se preguntaban al darse cuenta sobre el gran error cometido.
E Isaac intenta justificarse. Fue por miedo de morir, fue miedo a lo desconocido, fue un acto que aprendí de mi padre aún sin haber nacido cuando sucedió la primera vez.
“¿Por qué nos has hecho esto? Por poco hubiera dormido alguno del pueblo con tu mujer, y hubieras traído sobre nosotros el pecado”, le gritó Abimelec.
Si aquel tuvo la chance de ver a Isaac y Rebeca haciéndose caricias comprometedoras antes de tomar para sí a la mujer, su antepasado no tuvo la misma suerte.
Tomó Abimelec a Sara como esposa y la llevó adentro de su casa, cargando junto a ella el pecado. Fue en sueños que el Señor le sentenció: “He aquí, muerto eres, a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido.”
¿Cuál es el grado de inocencia para quien no sabe el error que comete? ¿Y cuál es la culpa de quien induce al otro a errar? Isaac termina siendo perdonado por los gobernantes, por haberse descubierto la mentira antes de que algo sucediera. Y aun amenaza al pueblo: “el que tocare a este hombre o a su mujer, de cierto morirá.”
Por su parte Abraham, vio a su esposa ser quitada de sí y no pudo decir nada. Mintió porque amó. Y por amor temió la muerte. Cuando el sueño terminó, aún en el medio de la madrugada, Abimelec convocó a todos sus siervos y les contó estas cosas y todos se quedaron atemorizados.
“¿Qué nos has hecho? ¿En qué pequé yo contra ti, que has atraído sobre mí y sobre mi reino tan grande pecado? Lo que no debiste hacer has hecho conmigo”, oyó Abraham de Abimelec.
Por milagro, el matrimonio aún no había sido consumado y, devolviendo a Sara al profeta, Dios perdonó a la tierra de Gerar. Y estos casos prueban que desde el tiempo en que el hombre empezó a amar, también empezó a temer por amor.
(*) Génesis 20.1-18 y Génesis 26.6-11