Insistencia. Tal vez esta palabra resume algo muy característico de la mayoría de las mujeres. Pero ¿hasta dónde este poder de persuasión es buena para las relaciones interpersonales?
Para la psicóloga Marina Vasconcellos, la mujer tiene esta capacidad más aguzada que el hombre a causa de su naturaleza. «Ella habla más, no se conforma con el » no», trata de argumentar y termina siendo más persistente. Mientras que el hombre, por ser más objetivo, no tiene tanta paciencia para insistir.»
Por supuesto, ser persuasivo tiene un aspecto positivo. «Cuando hay un buen objetivo y la persona cree que es así, puede transmitir la idea a los demás», explica ella.
Pero, Marina destaca que ser persistente puede traer malas consecuencias para las relaciones. «Una persona tímida, que no sabe decir que no a otra, termina siendo persuadida por la persistencia. Aquí es donde puede ocurrir el irrespeto a la opinión del otro, no considerando una idea diferente».
El otro lado negativo de la persuasión femenina es para la propia mujer. «También es malo porque termina siendo mal vista, considerada pesada y temida por traer una cierta tensión a la conversación. Esto puede socavar amistades y hasta relaciones amorosas», explica la psicóloga.
Cuando la mujer es consciente de esta característica, ella tiene que saber lidiar con eso. «Si se usa para algo específico, como en la vida profesional, es algo positivo. Pero, lo correcto es hacer una auto-evaluación de lo cuanto ella invade a la otra persona y trata de disminuir esta característica. No se trata de anularse, es ser consciente de su forma de ser y saber dónde utilizarla y de que forma, para que puede relacionarse», dice Marina.
Vivir con alguien con este poder de persuasión aguzada no es tarea fácil. «Tiene que mantener su postura firme y no dejarse persuadir, tratar de mostrar lo que ella está haciendo y pedirle que deje esa actitud», indica la profesional.
La persuasión en el matrimonio
Para la escritora Viviane Freitas, la naturaleza del hombre no es escuchar, entender a la mujer, él solo quiere resolver la situación, de la forma más objetivamente posible. «No esta en él escuchar y comprender. Su instinto es el de «entrar en acción» y resolver el problema. Es precisamente ahí donde entra la influencia de la mujer, que en el fondo sólo quiere desahogarse, hablar de sus sentimientos y de su dolor. Ella espera comprensión de parte de él y no tiene la mínima idea de que ese sentimiento provoca una enorme influencia en las reacciones de su esposo.»
Ella destaca que el resultado de la persuasión de la mujer aparece en la vida conyugal. «Ambos sufren y son heridos. Todo por causa de un capricho que nos ciega y no nos deja pensar en las consecuencias de nuestra influencia», concluye.