Para poder lograr los objetivos de la vida hay que primero trazárselos y luego ir en busca de ellos. Un joven que vivía con sus abuelos, un día decidió que quería ir a estudiar en otro país, antes de que el joven viajara, su abuelo se le acerco y le dijo: “hijo yo no voy a impedir que te vayas y realices tus sueños pero antes permíteme darte un consejo”.
“Cuando los seres humanos venimos al mundo venimos con un propósito, todos nacemos y estamos tomados de una cuerda la cual no podemos soltar por nada ni nadie. Los primeros días de nuestra vida nuestros padres son los que nos ayudan a no soltarla, pero a medida que van pasando los años somos nosotros los que decidimos si seguir agarrados de la cuerda o soltarla. A esa cuerda le podemos dar nombre: ella es aquellos principios y valores que nuestros padres nos enseñan desde muy pequeño, que seamos honestos, etc. Pero cuando crecemos somos nosotros lo que decidimos si seguir aquellos consejos por toda la vida o no”.
Después que el joven escucho lo que el abuelo le tenía que decir, lo abrazo y se marcho.
Tan solo paso un mes cuando el joven se dio cuenta de que las cosas no eran tan fáciles como él pensaba, le negaron oportunidades de empleo, no pudo estudiar en la universidad que siempre soñó, muchos de sus amigos desistieron de sus metas. Pero él siempre se recordaba de lo que su abuelo le había dicho sobre nunca “soltar la cuerda” porque eso era lo único que lo iba a ayudar a cumplir sus metas.
Pasó el tiempo y el joven siempre se recordaba de su abuelo, nunca desistió de sus objetivos, el chico práctico aquello que le fue enseñado, se graduó, fue el mejor medico del país, y tuvo una familia hermosa, pero lo más importante “nunca soltó la cuerda (la visión hacia sus objetivos)”.
Instruye al niño en su camino, y ni aun de viejo se apartara de él. (Proverbios 22:6)