“Mi esposo estaba viciado con el alcohol, esta situación me hacía sentir muy mal. Comencé a sufrir de depresión, tristeza y amargura.
Por otro lado mi hija sufría con epilepsia y los medicamentos que ella tomaba no le hacían nada, yo no dormía por la desesperación que me causaba esta situación.
Visité muchos brujos intentando encontrar una salida a los problemas, pero todo empeoraba, pues me sumergí también en el alcohol. Mi vida era un infierno, por eso pensaba que no tenía salida y llegué al punto de querer suicidarme.
Pero ese infierno terminó cuando me hicieron una invitación a la Universal. Allí logré obtener lo que por tanto tiempo había buscado: felicidad, amor y una familia feliz. Hoy puedo decir que soy una mujer afortunada”, concluye Juana Buitriago.