La historia de Puerto Cabello se hace visible en cada detalle de su casco colonial. En las piedras y adoquines de sus calles, en las estatuas y monumentos que se resisten al paso del tiempo y la desidia. Quienes se enamoraron de él no permiten que muera e intentan unir esfuerzos entre Gobierno local, comerciantes y aquellos que apuestan por el turismo en la zona.
Su casco histórico reúne los vestigios de una época de gloria, en la que fortificaciones defendían las riquezas desembarcadas a orillas del mar Caribe.
El mar, viejo habitante. Caminar por el malecón es ahogar las preocupaciones y el estrés de la rutina en las aguas calmas que, probablemente, le dieron nombre al sitio. Se decía que eran tan tranquilas que los barcos podían amarrarse al muelle con un cabello.
La afluencia de embarcaciones de gran calado continúa y mantiene el estatus de este puerto como el más importante del país. De día emergen imponentes, intimidantes, mientras que de noche sus enormes sombras se asemejan a monstruos marinos que conviven en paz con las lanchas de los pescadores.
Niños y grandes recorren a pie o en bicicleta este paseo frente al mar donde, eventualmente, el calor se ve sofocado por una fuerte brisa. Pequeños restaurantes, comercios y hasta un spa aguardan al cruzar la calle.
De piratas, reyes y fortalezas. El orgullo de Puerto Cabello permanece en sus bastiones. El Castillo Libertador, también conocido como San Felipe, fue la última fortaleza que estuvo en manos de los españoles. En 1823 los realistas abandonaron el fortín y, en el siglo XX, Juan Vicente Gómez lo convirtió en una cárcel donde enviaba a sus enemigos políticos. No está permitido el acceso al público porque se encuentra en una base naval. Pero al caminar rumbo al malecón o mientras se navega desde la marina, se observa su fachada de piedras y las ventanas enrejadas.
El Fortín Solano, situado en el Parque Nacional San Esteban, abrió sus puertas a los visitantes en mayo. Una restauración a cargo del Instituto Municipal Autónomo de Turismo, creado hace más de un año, dejó el lugar apto para las visitas. Los calabozos fueron convertidos en una tienda de souvenirs, una venta de dulces y una librería abastecida por el Ministerio de Cultura.
Una terraza permite tomarse un café con la brisa del día. Si quiere una vista privilegiada, suba las escaleras hasta el techo del fortín. Tendrá una panorámica sorprende del puerto y la ciudad. Para apreciarla en detalle se han dispuesto largavistas en el mismo nivel de la terraza que funcionan con una moneda.
Fuente: http://el-nacional.com