Obispo, estuve 10 años lejos de la casa de Dios, y ahora volví. Pero volví diferente, no para agradar a este o a aquel, sino para agradar al Único y Verdadero Señor.
Durante esos años hice muchas cosas equivocadas. Todo lo que usted se pueda imaginar y un poco más. Cosas que ni siquiera vale la pena mencionar.
Pero lo que me trajo aquí fue algo semejante a lo que usted dijo el domingo pasado.
Estaba triste, desanimada, con varios problemas, y un día, sin querer, comencé a oír una determinada emisora de radio. Comencé a acompañar las oraciones al mediodía y a la medianoche. Hasta que un día decidí buscar esa iglesia, que se llama “Iglesia del Reino de los Cielos”, del misionero Adelino de Carvalho.
Llegando allá, un día de semana, no había ninguna reunión, entonces conversé con el misionero responsable. Él me dijo que fuera el próximo domingo y que empiece una ‘trecena’ para mi liberación.
Fui.
Al llegar a la reunión, observé algo muy extraño en las personas que estaban allá, comenzando por el semblante de los “guardianes”. Son personas que no demostraban felicidad; son personas que andan encorvadas y con una vida que no condice con lo que se espera de un verdadero hijo de Dios.
Sinceramente, aquello parecía un manicomio.
La sensación que tuve es que quien necesitaba más ayuda eran ellos, no yo.
Rituales y más rituales, ¡algo ridículo!
De todas las cosas que ya hice en la vida, la que me dejó más avergonzada fue haberme sometido a aquello.
Al final de la reunión, ellos me entregaron una vela con la señal de la cruz, diciendo que tenía que quemarla hasta la punta del dibujo de la cruz en un platillo blanco y virgen, y traerla nuevamente para que sea hecha la revelación.
Todo eso sucedió en el carnaval. Estuve días sin dormir, lloraba mucho. Salí de aquel lugar con la sensación de estar cargando en la espalda una tonelada de trigo.
Dentro del colectivo, no lograba ver nada más, aquello me había debilitado de una forma tremenda. Yo solo lloraba.
Entonces, después de tanto dolor, decidí traerle esa vela a un pastor de la Iglesia Universal. Le conté lo que había sucedido. Él rompió la vela, hizo una oración, me orientó y me ayudó mucho. Me dijo que aquel lugar realmente no era de Dios, y que esa iglesia, en verdad, formaba parte de una secta diabólica.
Esa iglesia conquistó muchos adeptos debido a la programación constante en las radios. Me gustaría mucho poder ayudar con la experiencia que tuve, para que otras personas no se engañen ni caigan en la trampa que son esas iglesias.
Todavía estoy en proceso de liberación, pero siento las manos de Dios sobre mí.
Dentro de la Universal me siento bien, me siento en paz. Estoy bien ahora. Siento que a cada día Dios está conmigo, operando en mí, dentro de mi ser, en mi hogar, en mi vida, porque volví a buscarlo con toda mis fuerzas, de todo corazón.
Adriana