Involucrarme con malas amistades, me llevaron al mundo de los vicios. Era un hombre que padecía de depresión, angustia y soledad. En mi hogar no existía paz y por ende me gustaba estar más en la calle que en mi casa.
Visitaba con frecuencia discotecas y lugares de expendio de licor, gastaba el dinero que ganaba sin importarme nada. Consumía alcohol para olvidar los problemas y llegaba a la casa peleando.
Gracias a Dios recibí una invitación para asistir a la Iglesia Universal y participar específicamente en el Tratamiento para la Cura de los Vicios. Comencé a ser perseverante y poco a poco hubo un cambio dentro de mí.
Hoy rechazo todo esos vicios que destruyeron mi vida, ya no necesito ingerir licor para sentirme bien. Tengo paz y tranquilidad, pues todo el odio y el tormento que existían dentro de mí desaparecieron, gracias a Dios.
Ángel Moya