Un rey se dio cuenta que si supiese la hora exacta de actuar, quienes eran las personas más necesarias y lo más importante que había que hacer, nunca fallaría en lo que hiciese.
Buscó un hombre sabio para que le aconseje. Se vistió con ropas simples, y antes de llegar al destino, desmontó del caballo, dejó sus guardaespaldas atrás y fue solo.
El sabio estaba cavando el suelo en frente a su cabaña. El rey llegó y dijo: “Vine aquí porque necesito que me responda tres preguntas: ¿cómo puedo aprender a hacer lo que es correcto en la hora exacta?
¿Quiénes son las personas a las cuales debo prestar más atención?
¿Cuáles son los asuntos a los que debo conceder prioridad?”
El sabio no respondió y continuó cavando. Estaba débil e inspiraba profundamente, a cada golpe.
El rey se ofreció para cavar en su lugar. Sin recibir ninguna respuesta a sus preguntas, casi al final de la tarde, dijo: “Vine hasta aquí para obtener respuestas. Si no puede darme ninguna, entonces dígamelo que me voy”.
En eso, un hombre barbudo salió corriendo del bosque. Estaba herido y cayó desmayado, gimiendo bajito.
El rey y el sabio lo socorrieron. Había una gran herida en su cuerpo. El rey la lavó y la cubrió con su pañuelo y una toalla del sabio.
La sangre continuaba saliendo. Muchas veces el rey lavó y cubrió la herida.
Finalmente, la hemorragia paró. El hombre fue llevado para la cama y se durmió. La noche llegó. El rey se sentó en la entrada de la cabaña y, cansado, durmió.
Al despertar por la mañana, tardó un poco para darse cuenta de donde estaba. Volvió para adentro. El hombre herido lo vio y le pidió perdón.
“No tengo nada que perdonarle”, dijo el rey, “ni lo conozco”.
“Pero yo le conozco. Usted encarceló a mi hermano y juré acabar con su vida. Cuando supe que usted venía para aquí, también vine. Esperé en el bosque para matarlo por las espaldas.
Pero usted no volvió. Salí de mi emboscada y sus guardaespaldas me vieron. Fueron ellos que me hirieron. Huí de ellos. Hubiese sangrado hasta la muerte si no me hubiese socorrido.
¡Majestad! Si sobrevivo, seré el más fervoroso de sus siervos”.
El rey quedó satisfecho por haber conseguido la paz con su enemigo tan fácilmente. Dijo que mandaría a su médico para atenderle.
Se levantó y buscó al sabio que estaba agachado, plantando en las tierras cavadas el día anterior.
“Entonces, ¿vas a responder a mis preguntas?”
Levantando los ojos, el sabio le respondió:
“Usted ya sabe todas las respuestas”
Y ante la indagación de la figura real, explicó:
“Si su majestad no se hubiese quedado conmovido de mi debilidad ayer y no hubiese cavado para mí, sino que se hubiese ido, habría sido atacado por aquél hombre.
Así se hubiese arrepentido de no haberse quedado conmigo. Por eso la hora más importante fue cuando cavaba.
Yo era el hombre más importante. Hacerme el favor fue lo más importante.
Después, cuando el casi asesino llegó corriendo, la hora más importante fue cuando cuidaba de él. Si no hubiese cuidado su herida, el habría muerto sin estar en paz consigo.
Por eso, el era el hombre más importante. Lo que fue hecho por el fue lo más importante.
Entonces, solo existe un momento importante, el ahora.
El hombre más necesario es aquél con quien usted está, pues nadie sabe si se va enfrentará a otro.
El asunto más importante es hacer el bien por ese con quien se está, pues ese es el gran propósito de la vida.
La hora de actuar es ahora. El lugar donde está es el más ajustado y las personas que están con usted son las más idóneas para su vida y su crecimiento.
Fuente: familiaunida.es