Obispo, me gustaría compartir con usted…
Esta madrugada me desperté, fui hasta el living y, a diferencia de otras veces, me senté en el sofá. Permanecí callada, bien en silencio.
Sin embargo, hablando con Dios en mi espíritu.
Entonces, surgió dentro de mí algo como la voz de Dios, sin sonido aparente, pero al mismo tiempo tan nítida a mi entendimiento, como si me dijese:
“¡Silvia, no digas nada, solo óyeme!
Yo allí sentada, con los ojos abiertos, un silencio total, sola. Solo Él y yo.
¡Qué momento delicioso!
Entonces comenzó a venir a mi memoria el recuerdo de muchas oraciones que ya había hecho hacía mucho tiempo. Pedidos que Le hice a Dios en otras ocasiones. Y, por el tiempo que había transcurrido, ya había olvidado.
Junto a esos recuerdos vivieron también otros, siendo estos dos desiertos que ya había atravesado en mi vida.
Entonces comencé a darme cuenta de que todo tenía un propósito.
Continué en silencio, sabiendo que no estaba sola. Y a cada revelación de Dios en mi entendimiento, una verdadera alegría surgía en lo más profundo de mi interior, pues llegaban a mí las respuestas de muchos “porqués” que surgieron en mi camino hasta aquí.
Me acordé de un versículo: “Porque Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así son Mis caminos más altos que vuestros caminos, y Mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” Isaías 55:8-9 (leer el capítulo)
Creo que no lo recordé por casualidad, y sí que era Dios que continuaba conversando conmigo.
Entonces surgía dentro de mí tamaña gratitud e inmenso amor por Él que no había tenido en cuenta mi obstinación, mi ignorancia y, por muchas veces, mi ceguera espiritual.
No existe nada en este mundo comparable al hecho de darnos cuenta de que nuestra vida es gobernada por Alguien tan Grandioso, y Majestuoso, un Señor, un Verdadero y Único Rey.
Él me hacía entender, al recordar a personas que formaron parte de mi historia. Personas que fueron utilizadas por Él para disciplinarme; otras, para abrirme los ojos; otras, que hasta arriesgaron una linda amistad, pero tuvieron coraje de decir muchas verdades que dolían en mi carne. Sin embargo, no se intimidaron ni se guardaron, simplemente avanzaron, solo para hacerme ver cosas que yo no percibía.
Entonces, aquella mansa voz me confirmaba: “Silvia, hija Mía, no fueron ellos sino Yo, y entérate de que esas personas fueron solo Mis instrumentos que se dejaron usar.”
Recordé nuevamente un pequeño curso que hice cuando trabajaba en la caja fuerte una joyería. Me acordé otra vez de aquella piedrita tan famosa: “EL DIAMANTE”.
Quien ya tuvo esa piedra en sus manos sabe bien la belleza que tiene, el brillo extraordinario que emite una intensa luz. Sin embargo, para llegar a ese punto, pasa por un proceso de lapidación.
Pero, lo curioso es que la piedra bruta de diamante es tan dura que solo puede ser lapidada por otro diamante. Sin embargo, ese otro diamante no se trata de otra piedra, y sí del polvo de diamante. O sea, ese polvo de diamante son esas personas que ya fueron tan quebradas y lapidadas, que se convirtieron en polvo.
Aparentemente, no tienen ninguna belleza, como las de las que son expuestas en las más finas joyerías, pero no perdieron su valor, pues sirven para lapidar piedras brutas, al punto de hacer que una piedra dura, sin belleza y sin brillo ninguno, se convierta en un lindo y precioso brillante.
Pero no termina ahí.
Al mismo tiempo que esta lapidación es dura, difícil, sepa que en la preparación de esta lapidación, el polvo de diamante no es usado solo: se mezcla con óleo.
Je, je, muy fuerte, ¿no?
Como es de esperar, al mismo tiempo que Dios nos trata con dureza, Él cuida que no nos quebremos, usando Su ÓLEO PRECIOSO, el ESPÍRITU SANTO, que nos da toda condición de soportar las aflicciones causadas por la lapidación.
Cuando ocurre la perfecta lapidación del diamante, la luz es reflejada de una a otra faz hasta dispersarse en la parte superior del mismo. Eso es lo que sucede cuando dejamos que nuestro Padre nos lapide: no reaccionamos más de forma inadecuada, inapropiada. No vemos los acontecimientos cotidianos como algo natural, y siempre sacamos provecho de cualquier situación.
Así, dejamos que la luz de Dios pase por todos los rincones de nuestro ser, brille en nuestro rostro y resplandezca en nuestras actitudes.
Por lo tanto, al ser llamado a la atención, al ser exhortado o disciplinado por alguien, en ningún momento piense que es algo injusto, persecución del hombre natural, o porque usted no es el preferido de este o de aquel.
¡Nada de eso!
Usted es tan valioso y tan importante para Dios que Él usa todas las formas necesarias para guardarlo y preservarlo firme hasta el fin de todo, junto a Él.
Yo agradezco a todos los que un día tuvieron coraje de hacerme ver mi propio error.
¡Me considero riquísima por tener amigos tan valiosos! Verdaderos diamantes en las manos de Dios.
Y confieso que quiero ser también este polvo de diamante, que no se preocupa en lo más mínimo por aparecer o ser reconocido por quien quiera que sea. Pero sí busco estar mezclada con este óleo precioso, que es el Espíritu Santo, y así poder ser utilizada en la formación de preciosas piedras de diamantes.
¡TE AMO DEMASIADO, MI SEÑOR!
Gracias por esta revelación.
¡QUE DIOS BENDIGA A TODOS!
Silvia Ferreira – Aracaju -SE