En enero de 2010, un terremoto de magnitud 7,0 en la escala de Richter sacudió Haití, matando a unas 200.000 personas y dejando a otras 300.000 heridas. Además, el país enfrento una epidemia de cólera, en la misma época, matando aproximadamente mil haitianos. Muchos se quedaron en la miseria, y para escapar del problema, muchos haitianos emigraron a Rondônia, norte de Brasil, en busca de mejores condiciones de vida.
Aquellos que se aventuraron en busca de una mejor vida tuvieron que enfrentar un largo y peligroso viaje de casi 4000 km. La capital de Haití, Puerto Príncipe, los haitianos cruzaron por la República Dominicana, Panamá, Ecuador, Perú y de allí a Brasil, donde consiguieron entrar por los estados de Acre y Amazonas.
Antes de toda esta historia, el pastor Adriano Evaristo, responsable del trabajo evangelístico de la Universal de Rondônia, realizó el mes pasado una reunión especial sólo con el pueblo haitiano. Cientos de ellos asistieron a la Sede de la Universal de Porto Velho donde recibieron orientación, oraciones y presentes, como el libro «Nada que perder» del obispo Edir Macedo.
El pastor Adriano también realizó una oración por las familias que aún viven en Haití e invitó al bautismo en las agua a los que deseaban entregarse al Señor Jesucristo, que fue rápidamente aceptado por muchos.
Todos los martes se celebra una reunión solamente con haitianos en la Sede de la Universal de Porto Velho, donde se les enseña la manera de ejercer la fe y cosechar los resultados de la misma.
Fútbol
La Fuerza Universal de la Juventud (FJU) también participa activamente en este proceso de integración y adaptación de los haitianos a las costumbres brasileñas. Los domingos, por lo general, los jóvenes de la FJU de Rondônia disputan amistoso de fútbol con los extranjeros. Después del partido, lo que menos importa es el resultado final del partido, sino la alegría proporcionada por esos momentos.
El haitiano Ronel Desilus, de 26 años, reside en Brasil hace apenas seis meses. En Haití, él trabajaba en el ramo de la construcción, pero después del terremoto, dejó dos hijos, familiares y amigos en la ciudad donde residía, Gonaïves, y viajó para el Brasil buscando una vida mejor.
Ronel elogia el trabajo realizado por los miembros, jóvenes y evangelistas de la Universal, pues ha traído beneficios tanto para él como para su familia. «Asisto a la iglesia, porque sé que sin Jesús no hay vida. Antes de conocer al Señor Jesús en Haití, mis hijos y yo estábamos enfermos. Hoy, tenemos salud, alegría y sé que mis problemas bajo la responsabilidad de Dios», concluye.