Los golpes en la vieja puerta de madera invadieron la noche hasta entonces silenciosa en Gabaa. Los gritos enloquecidos crearon dudas acerca de quién trataba de invadir la casa, si hombres o animales salvajes. Mientras el miedo escondía a cada mujer y niño dentro de su casa, el número de hombres bramando en aquella puerta crecía cada vez más formando varias decenas.
En aquellos días no había rey en Israel y los territorios eran peligrosos. Viajando lejos de casa nunca era posible saber que condiciones adversas se encontraría en el camino: saqueadores, asesinos o incluso personas de diferentes creencias que podrían, en cualquier momento, tomar las posesiones y la vida de quien pasaba por donde no debía. Y aún así, él fue detrás de ella.
Él era un levita y determinado. Ella era de Belén de Judá, y lo hizo partir desde las regiones montañosas de Efraín para tenerla de vuelta. Resulta que la joven fue elegida como concubina, pero aborreciéndose del esposo, regresó a la casa de su padre. La mujer era tan apreciada en la otra casa, mientras tanto partió él con su siervo y dos burros hasta donde ella estaba.
No fue sorprendente cuando el padre de la joven demostró su felicidad al ver al levita allí. Sabiendo que su hija podría traer la deshonra a la familia si abandonase a su esposo. Él trataba por todos los medios de convencerla a volver a casa.
Fueron 5 días comiendo y bebiendo en familia, hasta que finalmente, el levita tomó el rumbo a casa. Ya con el día en declive, su suegro insistió: «He aquí ya el día declina para anochecer, te ruego que paséis aquí la noche; he aquí que el día se acaba, duerme aquí, para que se alegre tu corazón; y mañana os levantaréis temprano a vuestro camino y te irás a tu casa.»
Pero él rechazó la invitación. Tomó la dirección de la región montañosa de Efraín, y cuando aún estaba en medio del camino, el día oscureció. Tuvo planes de hospedarse en Gabaa o Ramá, pero nadie le ofreció un simple techo y él acampó en la plaza pública.
No era prudente que una tierra sin rey un extranjero hiciese alarde de su presencia, menos aún que pasase la noche sin protección y acompañado por una mujer. Por eso, un viejo, que volvía de trabajar en el campo, ofreció su casa para el hombre. Y fue en esa casa que la puerta estaba a punto de ceder durante la noche.
«Saca al hombre que ha entrado en tu casa, para que lo conozcamos», gritaban.
Los que antes comían y se divertían dentro de casa, ahora estaban en pánico. El visitante seria abusado, no había manera de librarse de aquellos hombres, hijos de Belial, enemigos de la Palabra del Señor.
«No, hermanos míos, os ruego que no cometáis este mal; ya que este hombre ha entrado en mi casa, no hagáis esta maldad», imploraba el dueño de casa, sin resultado. «He aquí mi hija virgen, y la concubina de él; yo os las sacaré ahora; humilladlas y haced con ellas como os parezca, y no hagáis a este hombre cosa tan infame».
Es necesario estar siempre atento a quien le ofrece la mano. Para confiar en alguien, es necesario conocer a esta persona, porque aunque las intenciones parecen buenas, ella puede no estar lista para ayudar. El levita aceptó la ayuda de quien se presentó como su salvador sin saber lo que realmente era. Y lo conoció de la peor manera.
Ese hombre vivía allí, pero no tenía el respeto de los bárbaros. La casa seria destrozada y todos morirían si algo no se hacía inmediatamente. Aferrándose a la única idea que le vino en mente, él abrió la puerta, agarró a la concubina del brazo y la lanzó en las garras de Gabaa.
Toda la lucha del levita por su mujer se perdió esa noche.
(* ) Jueces 19: 1-25